Diferencias entre hombre y mujeres




El mito de la fortaleza del hombre y la debilidad femenina carece de credibilidad cuando se observa cómo, sin ir más lejos, nuestro vecino Marruecos dedica a gran número de mujeres a faenas agrícolas, que exigen acarrear pesadas cargas y realizar penosos esfuerzos, mientras que son solo hombres quienes se ocupan de la tarea del comercio, en la que brilla su capacidad para el regateo con los turistas, entre taza y taza de té, amenizadas por largas conversaciones —“prisa no buena”— que requieren otras habilidades, pero no la fuerza física.

Nada debería impedir que las mujeres que lo desearan pudieran competir con los hombres en el deporte

Son razones de otro tipo las que mantienen alejadas a muchas mujeres del deporte y de la mera gimnasia. Sociedades como la saudí se amparan en pretextos culturales y religiosos para apartar a las mujeres del deporte y la educación física, como contaba hace unos meses Ángeles Espinosa (Jugar al fútbol con velo para no incitar al pecado, EL PAÍS, 23-3-2012). Argumentos como que “la virginidad de las niñas podría resultar afectada por el exceso de movimiento y los saltos”, o que los deportes son para la mujer “pasos del diablo” que contribuyen a su corrupción moral y a un comportamiento antiislámico, o que la mujer corre especiales riesgos si en la práctica deportiva se mezclan ambos sexos, ofrecen pistas de las dificultades con las que se encuentran las mujeres también a propósito del deporte.
Algunos de los países que han accedido por fin a que sus mujeres participaran en los Juegos Olímpicos se han negado a que lo hicieran sin velo.
Las noticias proporcionadas por los recientes Juegos Olímpicos y Paralímpicos, incluida la meritoria obtención de medallas no previstas, muestran los esfuerzos de las mujeres para salir de ese agujero, a pesar de que hasta 2004 no hubo paralímpico femenino. Laura Gil personifica el éxito en baloncesto. La laureada futbolista Marina García abandona ese deporte porque “nosotras”, dice, “no podemos vivir del fútbol como un futbolista hombre”. Una chica discapacitada se revela como mejor nadadora que un nadador masculino. Los entrenadores de los equipos femeninos —curiosamente siempre son hombres— se asombran, en balonmano, de la “vitalidad y determinación sobrecogedoras” con que juegan las chicas. Y el secretario de Estado para el Deporte, Miguel Cardenal, considera “importantes los éxitos de las mujeres”.
Pero ¿se hace lo necesario para equiparar a las mujeres y a los hombres en las posibilidades deportivas?
Como contrapunto a esta lucha por la igualdad, hay mujeres, intelectuales del feminismo, que rechazan —todavía hoy— la participación femenina en el deporte, al que vinculan —siempre— con la violencia, hasta el punto de considerar que los meros espectadores del fútbol —incluso solo a través de la tele— no siempre saben tratar a las mujeres.

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